Tengo suerte, creo que sí. Mi hija no es exigente, me pide sólo lo que necesita. Ojalá pudiera darle más de lo que necesita, pero la calle está dura.
Ella y sus amiguitas son iguales. Claro, de vez en cuando se mueren porque simple y llanamente no pueden vivir si no tienen el último CD, unos zapatos nuevos para el casual day del viernes, o quien sabe que otra cosa. Pero, usualmente, viven como niñas felices y agradecidas por lo que tienen.
Mi nena tiene 11 años, casi doce. Hace un año tuvo su primera regla. Nunca ha tenido que pedirme toallas sanitarias. Nunca ha tenido que convencerme de que sean necesarias. Nunca se me ha pasado por la mente que tenga que pasar ese vía crucis mensual a fuerza de pañitos o con papel periódico. Es más, nunca pensé que alguien tuviera – en el siglo XXI – que vivir esto que describo.
Pero una vez más, estaba equivocada. En Kenya se está viviendo otra crisis africana de la que no tenía conocimiento. No, no tiene que ver con la sequía de Somalia – donde la gente muere todos los días, las familias permanecen día y noche a la orilla de la carretera pidiendo que alguien, por favor, les dé un poco de agua porque su pozo se ha secado y buscarla significaría caminar más de 12 kilómetros. Tampoco tiene que ver con las guerras civiles creadas por las potencias , dis que ex-imperialistas. No. Esta es diferente… y parece increíble.
En Kenya, nuevamente falta algo. No hay toallas sanitarias. Las pocas que llegan cuestan demasiado caras para poder ser adquiridas por personas que ganan un promedio de un dólar por día. No sólo sucede en Kenya, Zimbabwe también está sufriendo los mismos percances. Las niñas tienen que faltar a la escuela durante su período. En un país donde se está sufriendo una de las más grandes sequías y, la mayoría de la gente no tiene agua para cocinar, no puedo imaginarme cómo una mujer puede pasar toda una semana de flujo menstrual sin tener ni siquiera agua con que limpiar los trapos de tela que utilizaran para mantener algún tipo de higiene. Claro, no pueden hacerlo… y mueren de infecciones.
Hay organizaciones que se han dedicado a proveer toallas sanitarias y tampones a estos gobiernos. Pero, aquí viene lo bueno, los gobiernos se han negado a eximir de impuestos estos productos hasta que pasen unos supuestos controles de calidad. (Vea la noticia en la BBC: http://news.bbc.co.uk/2/hi/africa/4805516.stm).
Es increíble que vivamos estas situaciones hoy día. No hay mucho que yo pueda hacer desde acá. En realidad, muy poco. Pero, ¿sabremos valorizar lo que tenemos? ¿o continuaremos quejándonos porque quién sabe qué no pudimos comprar?
Este escrito no tiene la intención, para nada, de ser material literario. Tal vez sirva sólo de válvula de presión. O quizás vaya, poco a poco, abriendo los ojos a los que lo lean. Ojalá permita que podamos ver que el mundo no termina en estas costas bañadas por el Mar Caribe o el Océano Atlántico. Yo sólo sé que de aquí a una o dos semanas, ir a comprar toallas sanitarias a cualquier farmacia, supermercado, 7-11 o gasolinera, tendrá todo un nuevo significado.
Siempre llegaba a la cama con los ojos casi cerrados. Resistía todo cuanto podía; nunca era suficiente. No hacía más que juntar los párpados, dejarse llevar, y todo aquello en lo que se convertía ese mundo que no era, se inundaba de caminos, de rectas, de flechas cruzadas. Intersecciones que se le escapaban, pues ella no caminaba lo negro del camino, sino lo veía desde afuera, en el plano incoloro desde donde, todas las noches, esperaba se construyera una curva, un giro que la llevara a acercarse al cruce en el que, estaba segura, todo sucedería.
entrelazando sus manos
con mis negras noches;
perdida en la cadencia de adoquines
yertos, grises, desiertos.
Calles cerradas, abrazaban
aquello que de ti, de tantos,
me sobraba.
Ventanas que explotaban
azotadas por el hurracanado vacío
que dejó tu recuerdo...
y el suyo,
el acumulado desasosiego
que perseguía mis encierros.
Una sucesión de excusas,
recluídas en sábanas clausuradas,
encadenadas en silencios agotados,
en voces atragantadas,
en tus palabras ausentes,
en mis mudos reclamos.
Siluetas colgaban de los faroles;
gatos viejos adornaban
el perfume
con un canto anciano,
con un gemido lunático
que estremecía mis murallas.
Dentro de la cápsula de la noche,
huyendo de Cronos,
tallada dentro
encerrada en ese camino que me dolía,
volví a escuchar mis propias mentiras
pariendo una fe natimuerta,
creyendo tus ausentes brazos,
y el ahogo de aquel mar
que en lo oscuro de la noche
te nombraba.
Me comprometo a vivir con intensidad y regocijo, a no dejarme vencer por los abismos del amor, ni por el miedo que de éste me caiga encima, ni por el olvido, ni siquiera por el tormento de una pasión contrariada.
Me comprometo a recordar, a conocer mis yerros, a bendecir mis arrebatos.
Me comprometo a perdonar los abandonos, a no desdeñar nada de todo lo que me conmueva, me deslumbre, me quebrante, me alegre.
Larga vida prometo, larga paciencia, historias largas.
Y nada abreviaré que deba sucederme, ni la pena ni el extásis, para cuando sea vieja tenga como deleite la detallada historia de mi vida.
Ninguna eternidad como la mía, Angeles Mastretta
Imagen: The Dreaming Goddess (c) Sharon George (2004)LI I - HR Giger
¿Y si regreso? Si doy vuelta atrás y me olvido, me conformo con lo mucho o lo poco que haya podido lograr y hago otra vida, una que conozco porque bebí por años la exactitud de los minutos predecibles.
¿No será más fácil? ¿Cómo sé, a ciencia cierta, que ésta que soy es la que tengo que ser? Tal vez si regreso podré convencerme de que todo fue un sueño.
¿Renunciar será como dormir? ¿Lograrán también dormirse las víboras que nadan día y noche dentro de mi mente? ¿Me abandonarán ellas también? ¿Podré convencerme de que no me merecía otra cosa?